EL COSMOS EXISTE DE VERDAD

Es curiosa la manera en que los astrólogos hablamos del cosmos. Cuando definimos a los planetas, en realidad describimos antiguos dioses. Entendemos a Mercurio como si fuese un hombre con sandalias aladas y agudeza mental, o a Neptuno, como un soñador con barba y tridente... Ningún astrólogo se para a pensar en el cosmos real que existe sobre nuestras cabezas. A ninguno le importa. Pocos astrólogos se interesan por buscar el paisaje lleno de vida y auténticos milagros que ofrecen los planetas del sistema solar. Se conforman con el nombre de un ser mitológico...

Las palabras son inventos de los hombres que le ayudan a digerir la realidad. Millones de años antes, el cosmos creó a los planetas para construir su propio lenguaje (que es mucho más que un lenguaje). Los planetas nacen como manifestaciones puras del cosmos mientras que nuestras palabras van sujetas al error de nuestro tiempo, y sobre todo a nuestra falta de conocimiento total. Los astrólogos somos traductores del lenguaje cósmico, para llegar a la excelencia en nuestra tarea no podemos obviar que la semántica de nuestras frases la construyen el fuego del Sol, la arena de Marte, el gas de Júpiter, la roca que es Mercurio... Nuestras herramientas son los planetas tal y como son, con sus volcanes y sus tormentas.

Los planetas no son -sólo- nombres de dioses que nos evocan imágenes. Incluso si nos retrotrae a lo eterno y épico de un dios, la palabra solo reduce y clasifica. Mercurio es mucho más que las letras que lo componen (m-e-r-c-u-r-i-o), mucho mas que un dios griego, mesopotámico (donde lo llamaban Nabu "el dios escriba") o hindú (donde lo llaman Kumar "el niño").

Un nombre no puede acotar ni dominar aquello que representa. Como Shakespeare escribió en Romeo y Julieta “¿acaso la rosa perdería su aroma si no se llamara rosa?” Da lo mismo como la llamemos, lo que hace a la rosa rosa es su aroma y su forma. Lo mismo pasa con los planetas.

Señores, no hay ningún enorme tridente en el espacio interplanetario, y aún así el cosmos es mágico.

El cosmos saca su magia, o su perfecto funcionamiento, de como es REALMENTE, no de como lo re-pensamos nosotros. ¿En qué punto de la historia humana hemos llegado a la idea de que es más relevante el nombre de las cosas que las cosas? ¿Porqué importa más el dato histórico por el que alguien bautizó a un planeta, que los miles de datos sobre su composición, y comportamiento físico? Somos afortunados de poder conocer muchos aspectos sobre los planetas para acercarnos a ellos. ¡No nos quedemos con un limitado nombre! Exploremos todo lo que sabemos y usémoslo.

Por ejemplo, la Tierra es una madre que REALMENTE pare seres vivos, junto a la Luna. Manifiesta el principio cósmico de la maternidad, lo que normalmente llamamos Cáncer. Lo manifiesta con su abundante agua, base de la vida, con la creación de seres vivos, con el hogar que significa para millones de criaturas. Lo encarna con su carne planetaria.

Los otros planetas encarnan otros principios cósmicos. Y también los encarnan con su verdadero físico, no con sus nombres. Mercurio no es un dios viajero, es una roca gigantesca ahí arriba, Neptuno no tiene mar, Venus es un infierno gaseoso... Son detalles que no les importa a los astrólogos, como si los planetas que protagonizan su ciencia existiesen solo virtualmente. Sin embargo en el pasado astrónomos y astrólogos eran una y la misma cosa, y entendían que había magia en lo puramente físico. Era el brillo de Venus lo importante, aunque decidiésemos llamarlo Apolo o Lucero o Luciérnaga.

Si la astrología traduce el cosmos, los planetas se convierten en sus verbos. No podemos formar frases sino sabemos qué verbos estamos utilizando, el sentido de esos verbos no reside en la mitologia sino en ellos mismos. Después de mucho estudio, he conseguido educar a mi mente para que Mercurio no me lleve a imágenes ficticias, sino al planeta real, con sus particularidades. Si nos atrevemos a buscar la verdad que esconden los planetas, observamos rápidamente que son entidades mucho más complejas y fascinantes de lo que pensamos. Probablemente más fascinantes que los nombres mitológicos que se les dan.

Todo conocedor de la astrología se maravillaría de la verdadera magia del cosmos REAL, y sus fenómenos físicos, que supera con creces la de los mitos griegos. Pero el sistema solar resulta lejano e intimida a todos los seres humanos, incluso a los astrólogos, acostumbrados a no verlo cara a cara sino a través de sus mapas y sus aspectos.

Es comprensible que el ser humano se sienta empequeñecido y vapuleado por la enormidad del cosmos, tanto que su defensa psicológica es directamente olvidar que forma parte de él...

Visualizar en su mente que realmente va a lomos de un planeta, en medio de la nada interplanetaria, sujeto al movimiento del Sol y al equilibrio que éste forma con los demás planetas, da auténtico vértigo. La mayoría de la gente evita pensarlo y considera una marcianada y un perdida de tiempo hacerlo. Sin embargo, esto es radicalmente incorrecto. La visión del verdadero cosmos que me rodea, de su abismales tallas y los tesoros de su funcionamiento no solo me acerca a la naturaleza, sino a mí naturaleza, a mi mortalidad y a mi rol como una creación asociada a mi planeta, la Tierra.

Los dioses son una muleta para acercarnos a esta idea de inmensidad, difícil de conceptualizar para nosotros. Pero cada vez la humanidad es mas capaz de integrar la comprensión completa del sistema solar. La comprensión está en entrar en contacto lo más cercano posible con el verdadero planeta. Hacer el ejercicio filosófico de dejarte inspirar por todos y cada uno de los detalles del cielo (no sólo los que te interesan).

Si señores, el cosmos existe, está ahí arriba de verdad. Y no sólo arriba, todos somos el cosmos, estamos aquí porque a un planeta le dio por adornarse de humanos. Eso es así. Solo soy un tornillo dentro del engranaje más grande que existe. Y al mismo tiempo, soy una más de las bellas manifestaciones que elige el cosmos, junto a los anillos de Saturno, a los lagos de Titán, a las nubes de Venus... Esta conciencia de nuestra pequeñez produce rechazo en un primer momento, pero más tarde se convierte en un auténtico tesoro, puesto que uno se siente reflejado en absolutamente todo lo que le rodea, puesto que el cosmos entero existe de la misma forma y por la misma -misteriosa- razón que yo.

Sea por el efecto de leyes gravitacionales que no conocemos aún, o sea por una sincronía, por la que el cielo sencillamente “marca la hora” y nosotros la experimentamos, solo los planetas reales, llevan el mensaje del cosmos, en sus montañas y en sus lagos.

Andrés Zaragoza